Introducción:
De niño, cada dos o tres días y antes de acostarme, mi madre solía leerme un breve cuento o una historia mínima. Uno de mis favoritos fue un cuento menos conocido: der kleine Häwelmann, una historia sobre las aventuras de un niño. Fue escrita por Theodor Storm.
Häwelmann es, originalmente, una vieja palabra alemana. Es un niño que necesita mucha atención y que no da tregua. Cuando era un niño quería escuchar este cuento una y otra vez. No sé porque me gustó tanto. A lo mejor, porque Häwelmann encuentra, durante todo el cuento, a animales y estrellas que saben hablar. Así se desarrollan conversaciones muy divertidas, pero, asimismo, muy profundas.
En todo caso, ahora voy a intentar contar el cuento como mi madre solía hacerlo.
Cuento:
Èrase una vez un niño que se llamaba Häwelmann. Por la tarde, cuando estaba cansado, y por la noche dormía en una cama que tenía ruedas en lugar de patas. Si el Häwelmann, en cambio, no estaba cansado su madre tenía que darle vueltas con la cama y él nunca quería que ella parara de darle vueltas.
Una noche el pequeño Häwelmann estaba en su camita de niño con las ruedas, pero no podía dormirse. Su madre ya estaba a punto de dormirse en su propia cama al lado de la cama de Häwelmann, que, de repente, gritó: " ¡Mamá, quiero que me des una vuelta!", y la madre le dio una vuelta. Cuando el brazo de la madre estaba a punto de dormirse, le dio una vuelta con otro brazo. Al final, la madre se durmió y el pequeño Häwelmann gritó: " ¡Más, más!", pero su madre ya no lo oyó. Häwelmann continuó gritando y no duró mucho hasta que la luna asomó por la ventana del cuarto del Häwelmann. Y lo que vió la luna allì dentro no lo había visto nunca antes.
El pequeño Häwelmann se había quitado su camisón y se lo había atado al dedo gordo de su pie de tal manera que parecía que fuese la vela de un barco. A continuación, agarró los dos extremos de la camisón y comenzó a soplar. Empezó a moverse y rodaba por el suelo, por lo alto de la pared; y luego de cabeza boca abajo por el techo, para al final, volver a rodar por el suelo. Se dio tres vueltas más y entonces, de repente, la luna lo miró a los ojos. "Chico, no has tenido suficiente?", preguntó.
"¡No! ¡más, más! ¡Abre la puerta! Quiero conducir por la calle, por la ciudad. Quiero que todo el mundo me vea conduciendo", gritó el pequeño Häwelmann.
"No puedo hacer esto.", replicó la luna; pero dejó caer por la ventana un rayo de su luz sobre el cuál el pequeño Häwelmann abandonó la casa.
La calle estaba vacía y no se podía oír ningun ruido. Las casas altas estaban iluminadas por la luz de la luna, pero no había gente. Cuando pasaba por las calles, la luna alumbraba al niño; sin ver a nadie más.
Cuando pasaron por el gran gallo de oro, este empezó a cantar. " ¿Qué estás haciendo?", preguntó Häwelmann.
"Canto por la primera vez", replicó el gallo.
"¿Dónde está toda la gente?, gritó Häwelmann.
"Duermen", replicó el gallo " cuando canto por la terera vez, se despierta el primero hombre".
"¡No! Tarda demasiado tiempo. Quiero ir al bosque. ¡Quiero que todos los animales me vean!", ordenó el pequeño Häwelmann.
"¿Chico, aún no es suficiente?", decía la buena y anciana luna.
"¡No! ¡Más, más! ¡Brilla, luna, brilla!", gritó el pequeño Häwelmann. Después siguió soplando la vela mientras la luna le brillaba el camino.
Tampoco en el bosque había nadie, aparte de un gato.
Häwelmann preguntó al gato: " ¿Dónde están todos los animales?"
"Duermen", replicó el gato.
"¿Todavía no estás contento?", preguntó la luna.
"¡No, no,!", replicó el pequeño Häwelmann.
"¡Más, más! ¡Brilla, luna vieja, brilla!", gritó Häwelmann.
Sopló en su vela, abandonó el bosque y fue al cielo.
Aquí sí le gusta estar al Häwelmann.
Todas las estrellas estaban despiertas y brillaban así que todo el cielo resplandecía.
"¡Apártaos!", gritó Häwelmann; y asustó a todas las estrellas de modo que se cayeron del cielo.
"¿Ha sido esto suficiente?", preguntó la luna.
"¡No, no!", respondió el pequeño Häwelmann y pasó por la nariz de la luna.
"¡Vergüenza!", maldecía la luna y acto seguido apagó su lámpara y todas las estrellas apagaron sus lámparas también. El pequeño Häwelmann tenía miedo.
Por fin, descubrió una cara roja al horizonte. Häwelmann creyó que era la luna y gritò:"¡Brilla, luna, brilla!", pero no era la luna sino el sol.
El sol le preguntó:"¿Qué estás haciendo en mi cielo?", y cogió al Häwelmann y lo tiró al mar.
"¿Y luego? , ¿Ya no te acuerdas?"
Si yo y tú no hubiésemos salvado al Häwelmann con nuestra barca, se habría, por las buenas o por las malas, ahogado.
2 horas
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